Productos de segunda clase en el Mercado Único Eurpeo

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La inmensa mayoría de familias búlgaras tienen como poco a un miembro de la misma viviendo en el extranjero, muchos de ellos en las diásporas de Alemania y Reino Unido, que mandan regularmente багаж (bagash, equipaje) para sus familiares. Me llamó mucho la atención que el bagash está lleno de cosas normales, es como un aguinaldo de ir por casa: botellas de Fairy, garrafas de detergente Ariel del que puedes encontrar en cualquier supermercado búlgaro; botes de Nutella, la misma que hay en la tienda del barrio de cualquier ciudad búlgara.


¿Será que los compran en algún tipo de outlet y sale tirado de precio? sí, a veces, pero ¿al pagar tantos kilómetros de transporte les renta? Sí, porque los emigrados y emigradas tienen clarísima una cosa: el mismo producto en Múnich es mucho mejor que en Sofia, y encima más barato.
Es lo que Boyko Borisov (Primer Ministro de Bulgaria, 2013-2021) llamó “el Apartheid de la comida” al denunciar la vergonzosa diferencia entre las calidades de los mismos productos en el mercado único europeo según el país en el cual se vendan.

Puedes tomarte este titular con escepticismo y pensar como yo lo hice: No puede ser. Y si lo es, será porque las empresas hacen estudios y saben que en X país a la gente les gusta más el azúcar y la manteca asquerosa, o prefieren más rebozado y menos pescado en sus palitos congelados. Bueno, esto entonces no explicaría el hecho de que la gente de países que tú consideras del Este crucen la frontera regularmente para ir a un súpermercado de Europa del Oeste, de la misma cadena, con los mismos productos, y hacer allí la compra. Te lo pueden jurar las familias checas, húngaras, eslovacas y eslovenas que compran la Nutella en Austria, aunque Ferrero, la empresa italiana que la produce, asegure que no hay diferencias. Pero ¿cuánto de leyenda urbana y cuánto de ciencia hay en que “los productos del Oeste son mejores”?

Mapa de CocaCola en Europa mostrando en qué países se ofrece con sirope de glucosa y fructosa en lugar de edulcorantes sin valor calórico


Justo hace una década desde que la primera queja al respecto, por la asociación de consumidores de Eslovaquia, fue presentada con suficiente evidencia a la Comisión Europea. A ella le siguieron denuncias de gobiernos como el checo, el húngaro y el búlgaro,  sin éxito durante mucho tiempo. La UE tenía estándares en lo que concierne a la seguridad alimentaria y el etiquetado, es decir: si el alimento es seguro y si la información es veraz. Los cambios en cuán sano sea el mismo producto, con el mismo precio, al otro lado de una frontera les traían sin cuidado a Bruselas & Cia.

Los estudios eslovaco y húngaro demostraron que había enormes diferencias en la composición del mismo producto tales como: la sustitución grasa animal por vegetal, una mayor proporción de grasas transgénicas, el uso de endulzantes artificiales en lugar de naturales, la sustitución del contenido en fruta por colorantes y saborizantes artificiales, o incluso directamente un sabor y color distintos. Un ejemplo claro es la Coca-cola, que en Austria (con azúcar) es claramente dulce pero en Eslovaquia (con sirope de fructosa y glucosa) no tanto. Pero no solamente se trata alimentos en sí, también el embalaje y otros condicionantes: la misma bolsa de té que en Francia se envuelve en un sobrecito de aluminio para mantener el aroma, en Eslovaquia la venden envuelta en papel.


En diez años la evidencia y las quejas se han ido acumulando, y por mucho que algunos fabricantes excusasen estas diferencias en la adaptación de los productos a los gustos, se trata de una estigmatización injustificada dado que incluso en países de  la europa más occidental hay diferencias en las preferencias de distintos segmentos de la población, y no adaptan los productos según el estado federal o comunidad autónoma donde los vendan. También está Coca-Cola, que tiene su propia y rocambolesca explicación: la gente percibe el sabor de forma distinta y depende de la temperatura y de qué estén comiendo mientras beben. Okey…

CocaCola Sabor Original en BulgariaCocaCola Sabor Original en España
Agua
Sirope de fructosa-glucosa
Dióxido de carbono (CO2)
Colorante E-150d
Ácido fosfórico
Aromas naturales (incluyendo cafeína)
Agua carbonatada (H2CO3)
Colorante E-150d
Ciclamato sódico
Acesulfamo potásico
Aspartamo

Ácido fosfórico
Aromas naturales (incluyendo cafeína)
Citrato sódico
Ingredientes de CocaCola Sabor Original en Junio de 2021

El ciclamato sódico, el acesulfamo potásico y el aspartamo (los edulcorantes que se usan en la CocaCola de España y de la mayoría de países europeos), son edulcorantes no calóricos más dulces que el azúcar, es decir: “proporcionan un sabor dulce sin afectar a la respuesta glucémica del organismo y prescindiendo de la alta concentración calórica de los azúcares.” para sustituir al azúcar. Mientras, la glucosa y la fructosa de la CocaCola del este sí son azúcares, con 4 kilocalorías por gramo, y son mucho más baratos. Por otro lado, la CocaCola en Bulgaria está esbafada, no es tan chispeante ni refrescante como la española. Está al nivel de la cola barata para el Kalimotxo que comprabas en la peña con tus amigos en el pueblo.

Lo peor es que estos productos son de renombradísimas marcas cuyos alardeos de calidad son lo que les permite cobrarte el triple por lo mismo que producen en el polígono industrial de tu ciudad. Aquí me gustaría introducir a la amiga Rumanía, entrando en el debate como Samuel L. Jackson encarnando al esclavo Stephen en Django. Mientras que Polonia, República Checa, Hungría y Eslovaquia se dieron cuenta de que segurían siendo la Europa de segunda clase y aunaron fuerzas para combatir esta discriminación, Rumanía se lo tomaba estupendamente. Para una población con tal complejo de pobreza y con tantas desigualdades económicas, comprarse un paquete de Nescafé es prosperidad. Es símbolo de un nuevo estatus socioeconómico al nivel de Europa, aunque este Nescafé apeste comparado con el que te compras en Toulouse, aunque sea de “segunda mano”. Le viene bien a la multinacional, le viene bien a la moral del país.

Los estudios demostraron que no todos los productos con diferencias en calidad siguen la división Este-Oeste, como sucede con la Fanta. Pero gracias a las denuncias de los países del este, las nuevas regularizaciones beneficiarán a todos.

Es un descaro creer que las personas que habitan en el este de Europa no se percatarían de que los alimentos no saben, no huelen , no se ven y no sientan igual. Debieron de creer que no se darían cuenta de que una garrafa de detergente Ariel o Persil, con los mismos envases, duren muchísimos menos lavados en Bulgaria que en Reino Unido. No hay excusa. Lo que pasa es que ahora tienes un mercado de otros 55-60 millones de personas y pensabas que no tenían expectativas. Se pensaron que no iban a trabajar en Londres de limpiadoras o en Castellón construyendo chalets a pie de playa, que nunca probarían las otras tabletas de chocolate, esas que no dan dolor de cabeza.


Hacia el 2017 el debate estaba tan caliente que incluso Rumanía se unió a las denuncias. Empezaron también a oirse voces “criticas” dentro de estos mismos países defiendiendo a las multinacionales. Según ellos, están en su derecho de vender sub-productos porque, si tuvieran que poner exactamente los mismos productos en las estanterías del Este, los precios serían inalcanzables debido al bajo poder adquisitivo. Defienden por ende que los quejicas deberían olvidarse de este doble estándar y en su lugar apoyar a los fabricantes locales comprando sus productos.


Está genial apoyar al producto local, pero estamos hablando de un mercado único donde multinacionales se aprovechan de 55 millones de personas, se aprovechan de los consumidores y de los productores locales al arrebatarles su mercado mediante fuertes campañas publicitarias que prometen algo distinto a lo que les compras. Podrían hacer productos distintos y no habría nada que discutir.
Por otro lado, no es cierto que los productos en el Este estén abaratados por ser de peor calidad, y que por ello estén al alcance de los checos o húngaros. Si los productos de primera clase en Europa occidental no fuesen más baratos o costasen lo mismo, las personas que viven en las fronteras con Alemania y Austria directamente no irían a hacer la compra allí, no se lo podrían permitir según esta lógica. Se supone que son pobres, no idiotas.


Pero tengo buenas noticias: ¡Victoria! Después de una década enfrentándose en Bruselas a quienes ni si quiera le veían el sentido a regular esta situación, en el 2019 la UE publicó su propio estudio, incluyendo 1.380 muestras de 128 alimentos en 19 países miembros. Resulta que un tercio de los productos de la muestra difieren al cruzar fronteras. ¡Un tercio! Apenas hacía 6 meses que se había adoptado el “New Deal for Consumers“, un paquete de medidas que modificó la Directiva europea de  normas de protección de los consumidores de la Unión, y contempla multas de hasta el 4% de las ganancias anuales de la empresa que continúe con estas prácticas injustificadas. Es un avance enorme, y las asociaciones de consumidores de los países involucrados se llevan todo el mérito.

Aún queda camino por recorrer para que no solo los ingredientes y sus cantidades sean uniformes, también las condiciones para mantenerlos frescos el mismo tiempo. Espero que muy pronto la gota de Fairy por fin cunda a lo largo y ancho de Europa. ¿Te habías percatado de estos cambios en la calidad de los productos en tus viajes por Europa? ¡Cuéntanos tu experiencia!


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2 Comments

  1. Las compañias multinacionales ,siempre nos han hecho creer que los productos están hechos al gusto de los consumidores. Esta claro que los hacen y diseñan a su beneficio. Puro marketing.

    • ¡Gracias Carmen! ¿recuerdas algún producto del que hayas notado diferencias cuando viajas? El cambio de ingredientes y condiciones de conservación en países fuera de mercados comunes aún es más descarado

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